Feliz año nuevo
Son las doce y dos minutos. Tengo en mi mano una copa de cava seco y burbujeante. Bajo el color amarillento puedo apreciar mi esclava. Parece que se va a evaporar, pero dicen que da buena suerte.
Son las doce y dos minutos. Tengo en mi mano una copa de cava seco y burbujeante. Bajo el color amarillento puedo apreciar mi esclava. Parece que se va a evaporar, pero dicen que da buena suerte.
“No te preocupes, nada va a cambiar cuando vuelvas”.
“No cambies nunca, por favor”
Todas esas mentiras que todos acostumbramos a decir cuando alguien se marcha. Es obvio que nadie va a cambiar radicalmente, ni siquiera va a dejar de llamarse como se llama. Pero eso no evita que, en el tiempo en el que estamos fuera, reflexionemos acerca de todo lo que nos rodea.
Es extraño el escribir desde tanta distancia, teniendo la castellana Ñ, saboreando la dulzura del castellano a medida que voy pulsando las teclas.
Es difícil aparecer en una ciudad de 7.512.000 habitantes y ser capaz de sobrevivir, ser capaz de encontrar la manera de comunicarse en un idioma tan necesario y a la vez impreciso. Porque por muy bueno que sea uno, es imposible expresar con exactitud los sentimientos.
Llego a casa y veo a la abuela apagada. Más bien está inundada en un mar de lágrimas contenidas que descarga contra mi pecho. Apenas dos letras de Abercrombie se han librado, y me hace llorar a mí también.
Llego al salón y falta algo. Está su almohada, su manta y su periódico. Incluso la televisión está encendida. Pero falta él.
Está triste. Las facciones de su cara lo demuestran. Se encuentra sola, zarandeada por el viento, sentada con los pies en la orilla y con el sol tornándose hacia el este. De vez en cuando agacha la cabeza para sentirse resguardada. Otras mira al frente, intentando buscar el horizonte en un mar que escapa a su campo de visión.
Estoy listo. Preparado un día más. Mi ropa conjuntada, el olor a perfume a mi alrededor, el pelo imperfectamente colocado. Perfecto.
Pulso el botón superior del mando y me acomodo.
Tendemos a buscar sustitutos para todo.
Necesitamos sentir como si el tiempo no hubiese pasado, como si las circunstancias fueran perpetuas e intemporales, para creer que tenemos la situación controlada.
Buenas tardes. Perdón por no haber llamado al entrar, pero es que no puedo aguantar más. Antes era alguien importante para ti. Lo sabía porque me palpabas, me sentías, sonreías conmigo, me abrazabas, me reforzabas... A fin de cuentas, me dabas vida.
Pero de aquí a un tiempo atrás ni siquiera me miras. Me tienes apartado, en un rincón, entre tu comunión y la última vez que fuiste al parque de atracciones.
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