Lugares y Monumentos de interés

Una visita por el "Panteón Duque de Alba"

Escrito por Sucesos Del Henares el . Publicado en Lugares y monumentos de interés

Observando los pies de la escultura, podemos llegar a pensar que a quien pertenecieron, pues desvelando el misterio son los de la Condesa de Montijo doña Francisca de Sales y Portocarreño, hermana de Eugenia de Montijo, Emperatriz de Francia.

Pero vayamos por partes porque no sólo del impresionante sepulcro de la Condesa Paca de Alba se alimenta el escondido panteón. Digo escondido porque su ubicación así lo requiere. El Panteón Alba fue situado en Loeches, una pequeña población entre Alcalá de Henares y Arganda del Rey, anejado al Monasterio de la Inmaculada Concepción, perteneciente a la orden de las Dominicas Recoletas y conocido por los lugareños como el convento grande.

Vista del Monasterio de la Inmaculada Concepción, situado en la Plaza de la Duquesa de Alba en Loeches (Madrid), edificio moderno, muy reformado, con portada original atribuida a Alonso Carbonell inspirada en el Monasterio de la Encarnación de Madrid.

El fundador del convento, el Conde-Duque de Olivares (descendientes de la Casa de Medina-Sidonia, sí, la de Guzmán el Bueno), quiso situar allí la cripta funeraria de su familia y precisamente allí descansan sus restos y los de sus descendientes hasta que por gracia de matrimonios entre la grandeza española el panteón pasó de ser de la Casa Ducal de Alba cuando Catalina de Haro y Guzmán -VI Conde-Duquesa de Olivares- y Francisco Álvarez de Toledo -X Duque de Alba- se casaron en el siglo XVIII. Supongo que muchos de ustedes, tras este mejunje de nombres y casas nobiliarias, entenderán porqué Cayetana Fitz-James Stuart, actual Duquesa de Alba, es la noble que mayor número de títulos ostenta del mundo.

 La capilla que alberga al panteón, de factura actual, se inauguró en 1909. Aquí su imponente verja de entrada situada a la izquierda de la nave central de la iglesia.

Como hemos comentado más arriba la construcción del convento data de la época del Conde-Duque de Olivares, para ser exactos del año 1640, pero fue Jacobo Fitz-James Stuart y Falcó de Portocarreño y Ossorio, XVII Duque de Alba y padre de la actual Duquesa, el que promovió una obra de ampliación y mejora del convento el pasado siglo para situar allí el homenaje póstumo a sus antepasados, sobre todo a sus padres (su madre doña Rosario Falcó fue quien costeó la obra), su lugar de reposo eterno y el de sus descendientes.

El doctor Gregorio Marañón, en su libro El Conde-Duque de Olivares. La pasión por mandar, describe el edificio como "(...) a pesar de haber sido restaurado por su actual propietario el duque de Alba a finales del siglo XIX, es un edificio modesto, de un solo piso con cuadras subterráneas, como era costumbre entonces, el exterior humilde sin el menor adorno, y el interior también; con un zócalo de Talavera que recorría todas las habitaciones, algún tapiz viejo y una gran huerta". Aunque cierto es también que en tiempos, antes de las invasiones napoleónicas, albergó una gran colección de 217 obras pictóricas (entre las cuales destacaban autores como Rubens, Bassano, Veronés, Tiziano, Tintoretto e incluso algún Miguel Ángel) que fue repartida tras las mismas por diferentes museos europeos.

Visión general de los dos de los tres lóbulos que componen la capilla que alberga el Panteón de los Alba.

La obra de ampliación fue encargada al arquitecto Juan Bautista Lázaro de Diego que, influenciado en toda su obra por las corrientes historicistas y regeneracionistas imperantes en la época, proyectó una luminosa y amplia capilla con ábside trilobulado, donde se componen hileras de sarcófagos en mármol negro con inscripciones en bronce dorado al fuego que nos hacen irremediablemente remitirnos al Panteón Real de San Lorenzo de El Escorial.

 Un pequeño altar de mármol blanco flanqueado por sillas castellanas tapizadas en rojo con sus correspondientes reclinatorios decora el lóbulo central de la capilla.

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Pero sin duda la pieza que más atrae de todo el conjunto funerario es el imponente sepulcro de la Condesa de Montijo Francisca de Alba, mandado hacer por su hermana Eugenia, para albergar los restos de la entonces Duquesa de Alba.  En el año 1867 -siete años después de la muerte de Paca de Alba- el mausoleo de la Casa Ducal de Alba iba a situarse en la finca que la emperatriz Eugenia poseía en Carabanchel (Madrid) y a tal fin se mandó llamar al arquitecto francés Eugène de Viollet-le-Duc que con un lenguaje ecléctico y alejado del racionalismo mezcló en sus planos elementos medievales junto con otros de raíces clásicas que, ¡oh!, nunca llegó a realizarse. Solo nos quedó el sepulcro que hoy mostramos y que se trasladó al actual panteón de Loeches como muestra de la grandiosidad que iba a construirse.

Viollet-le-Duc se asoció con el escultor francés Jean Baptiste Auguste Clésinger, yerno de la escritora George Sand, por mostrar una nota curiosa de su biografía, y alborotador social gracias a su evocadora escultura Mujer Mordida por una Serpiente que podemos ver hoy en día en el Museo de Orsay (París, Francia) para la realización del sarcófago de la hermana de la emperatriz.

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Nos encontramos ante un sepulcro con figura yacente recostada sobre múltiples almohadones y colchas de fina hechura, descalza con las piernas cruzadas que porta en su mano izquierda sobre el pecho una cruz y en su mano derecha un ramillete de flores. El pelo de la Condesa está suelto, pero se le intuye un madroño que adornaría una coleta en ese momento deshecha.

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Detalle de la mano derecha portando una cruz.

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La mano derecha sobre un lecho de flores sencillas y de corte campestre que están encima de las colchas ricamente decoradas.

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El rico trabajo del cabello semisuelto que podemos apreciar en la foto de arriba nos sorprende con un madroño que posiblemente recogería una coleta al modo de los trajes regionales madrileños de la época de Francisco de Goya. ¿Quizá un guiño a la relación que se supone mantuvo el pintor aragonés con la Casa Alba

El sarcófago cuadrado, decorado con los escudos de armas de las familias Alba y Montijo a cada uno de los lados, está flanqueado por cuatro angelitos pequeños que miran hacia el cielo como si condujeran sus pequeños ojos a través de la lucernaria que provoca una iluminación puntual sobre el conjunto escultórico.

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Como si de un foco de luz expositiva se tratara la linterna que se abre en el techo de la cúpula dota al mármol blanco de una especial luminiscencia que contrasta con el mármol negro del resto de sepulcros.

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El blanco parece más blanco gracias a la estudiada luz natural del lugar y los detalles en la vestimenta se vislumbran con mayor facilidad gracias al contraste que proporciona el juego de luces.

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Detalles de los cuatro angelitos custodios que guardan el féretro de la Condesa de Montijo.

Como nota curiosa al conjunto del panteón, aunque más bien del convento al completo, en época de la Guerra Civil Española el lugar se transformó en cuartel y por suerte los bonitos sepulcros no fueron profanados (cosa que no ocurrió con los bellísimos mausoleos de la Sacramental de San Isidro en Madrid). Incluso llegó a albergar todo el oro del Banco de España en algún momento de la contienda. Pero lo más simpático de todo este asunto es que en la bajada a la antigua cripta (la de la Casa de Olivares) uno de los milicianos realizó unos dibujos a carboncillo de corte propagandístico que aún se conservan y que se podrían ver si se pudiera visitar hoy en día dicha cripta. ¿Verdad o leyenda?.

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