Memorias visuales. Lo tuyo es puro teatro.
¡Ay, el teatro! Cuando era niño formé parte del taller de teatro de mi colegio en Torrejón de Ardoz, el Colegio Público Pinocho, durante dos cursos seguidos: En 5º de EGB (1989-1990) y en 6º de EGB (1990-1991). Puedo recordar aquellos días como si fuera hoy mismo: Esos ensayos durante meses, esos nervios previos a la representación, el aplauso del público al finalizar la obra, la felicitación de tus mayores… Me encantaba el teatro, pero tuve que dejarlo durante los ensayos de la obra que íbamos a representar estando yo en 7º de EGB por imposición de mis mayores, porque decían que afectaría a mis notas (cosa que durante los años anteriores no fue cierta); supongo que fue el castigo por haber faltado a clase y haberme pillado… No recuerdo el título, solo recuerdo que era muda, y era la historia de amor que transcurría a la salida de una estación de tren entre una viajera y el vendedor de periódicos, historia que terminaba trágicamente, pues él soñó que ella moría y se suicidaba, y ella, al ver a su amante muerto, se quitaba la vida. Mi papel en aquella obra era el de un cura que, acompañado de una monja, era testigo del desarrollo de esa historia de amor trágico sentado en un banco, mientras hojeaba pasajes de La Biblia.
En 1990 representamos en la V Muestra de Teatro Escolar en el recientemente inaugurado teatro de la localidad, el Teatro José María Rodero.
La obra representada en aquella ocasión se titulaba “Las mejores 24 horas”; en el taller de teatro, el profesor (cuyo nombre he olvidado) nos sugirió que fueramos nosotros los que diéramos forma y contenido a la obra. Nos pidió, además, que le lleváramos alguna noticia que nos hubiera llamado la atención. Yo fui el único que le llevé una noticia, que versaba sobre el regreso accidentado tras un viaje espacial del transbordador Columbia.
La sinopsis era sencilla: La vida de un grupo de amigos de entre 10 y 11 años en el transcurso de un día. A grandes rasgos, comenzaba la obra de teatro con un grupo de alumnos dando clase (yo era uno de ellos), que posteriormente iban de excursión al campo. Una vez de regreso, dos amigos van paseando y se encuentran con dos chicas de su clase; a uno de ellos le gusta una de las chicas, y su amigo le convence para que vaya a hablar con ella, el primero accede y terminan yéndose juntos la chica y el chico de la mano (mi papel era el del amigo que convence al enamorado para que vaya a hablar con la amiga); de fondo, sonaba un tema de moda por aquel entonces, “Te quiero de verdad” de la rapera Sweet.
En el tramo final de la obra, yo regresaba a casa, y tras la cena, me iba a la cama. Entonces soñaba, mientras de fondo se oía la noticia del transbordador Columbia, que era uno de los astronautas que había realizado el paseo espacial en el transbordador. La obra finalizaba cuando, durante el desayuno, comentaba con mis padres y mi hermana el sueño que había tenido la noche anterior.
El atrezo de la obra era muy sencillo, ya que había sido elaborado por nosotros mismos; como ejemplo, el traje de astronauta de mi sueño consistía en un casco cubierto de papel de aluminio, y como botellas de oxígeno dos botellas de fanta de dos litros pegadas entre sí y enganchadas a mi espalda. El espacio era representado por unas sábanas movidas lentamente por unas compañeras vestidas completamente de negro y con máscaras que representaban estrellas.
Lamentablemente, no dispongo de ninguna fotografía para ilustrar lo narrado, no pude conservar ninguna de aquella época. Lo que sí poseo, encontrado entre los viejos libros de mi madre, es una cuartilla que repartieron en el colegio entre todos los alumnos para invitar a los padres y a los propios alumnos a su representación.
En el curso siguiente, hubo cambio de profesor en el taller de teatro: El nuevo profesor se llamaba Cándido, y era actor profesional, lo cual se notaba en el modo en que nos enseñó arte dramático. Se propuso que representáramos obras de teatro conocidas, y optó aquel año por una adaptación escolar del musical Godspell. Ese año sí fue teatro “de verdad”: Aprendimos coreografías, memorizamos un guión, nos maquillamos… cada uno iba maquillado representando a un animal; el que representaba a mi maquillaje era el de un tigre.
La trama de este musical se asienta sobre una serie de parábolas bíblicas, y paralelamente se van relatando los últimos días de Jesús. Para los números musicales, hacíamos playback sobre el vinilo original de la adaptación al castellano de la obra, de 1974.
La obra comenzaba en oscuridad, sólo un foco hacía ver una cruz al fondo del escenario; comenzábamos inmóviles, unos en pie, otros en cuclillas, otros sentados… al cabo de unos segundos, comenzábamos a caminar, íbamos y veníamos dando vueltas sin rumbo alguno por el escenario, vestidos con sábanas blancas a modo de túnicas, en cuyo dorso teníamos escrito el nombre de un filósofo clásico. Varias de las chicas, una a una, dirigiéndose al público, evocaban una cita filosófica. Y tras ello, nos despojábamos de las túnicas e interpretábamos “Preparad el camino al Señor”. A continuación os invito a ver una imagen del comienzo del musical.
Entre las diversas parábolas, fui el juez cruel de la parábola “El juez y la viuda”, donde hacía caso omiso a los ruegos de la viuda para que se hiciera justicia, aunque finalmente, ante la insistencia de ella, terminaba accediendo; también interpreté al rey de la parábola de “Los dos deudores”, donde era el rey que perdonaba la gran deuda contraida para con él por su siervo, pero al que castiga posteriormente, ya que este último no perdona a alguien que tiene una pequeña deuda contraída y lo envía a la cárcel, a pesar de que él fue perdonado por su rey (en nuestra versión, se decía que el rey castigó al siervo enviándole al Teatro José María Rodero a ver Godspell, a lo que los discípulos, horrorizados, exclamaban una sonora negativa); otra de las parábolas que protagonicé fue la de “El hijo pródigo”, donde interpretaba al padre que mediaba para que sus dos hijos se reconciliasen, tras el regreso del hijo mayor, que, a pesar de haber abandonado a su familia, se arrepentía, y por ello su padre lo colmó de atenciones a su vuelta. En la siguiente fotografía, aparezco en el centro del escenario, de brazos cruzados, mirando hacia atrás, en una de estas interpretaciones.
Aunque no fuéramos partícipes de todas las coreografías, en algunas de ellas actuábamos como meros espectadores sentados en los bancos ubicados en la parte de atrás del escenario, como podemos apreciar en esta fotografía realizada durante la interpretación del tema “Reflexiona” en donde aparezco sentado el primero empezando por la izquierda:
La obra finalizaba con el anuncio de la traición de Judas, la crucifixión de Jesús y su Resurrección. Al término de la obra, nos presentamos al público asistente interpretando otro tema en el que simplemente chasqueábamos los dedos e íbamos andando desde el fondo del escenario de dos en dos. Como último apunte, señalar que antes de interpretar la obra, hicimos un minuto de silencio en memoria del actor que da nombre al teatro, fallecido, si no recuerdo mal, un par de días antes o el día anterior de la representación.
Y esa fue mi breve experiencia en un escenario, a la espera de que se levantara el telón. Siempre me quedó la espinita clavada de haber podido continuar, al menos hasta finalizar la EGB, y quién sabe si haber continuado en algún taller cultural con esta afición que tanto me gustaba… y me gusta.